En un taller de carpinterìa hubo una reuniòn para elegir a la herramienta que iba a dirigir el grupo ese año...
El primero en postularse fue el martillo. Todos le rebatieron sus argumentos: Tù eres muy duro. Siempre golpeas y no tienes misericordia con nadie. Vas directo a a la cabeza...
Siguiò el cepillo o garlopa. No, tù no eres el indicado, le dijeron todos, porque siempre estàs pelando a los demàs. No puedes ver un trozo de madera porque lo primero que haces es quitarle lo que no te gusta...
Continuò la lija. Menos tù, lija, tù no nos puedes dirigir porque eres demasiado superficial. Nunca vas màs allà, no vas al grano sino que siempre estàs dando rodeos.
Le tocò el turno al formòn. Yo puedo dirigirlos, dijo el instrumento, pero los demàs tambièn lo rechazaron. Tù escarbas mucho. Siempre estàs tratando de entrometerte en lo ìntimo de los demàs. Tù no eres el indicado...
Por ùltimo hablò el serrucho. Menos tù, le dijeron los demàs. Eres demasiado cortante. Lastimas mucho a los demàs. Siempre estàs cortando y cortando.
La discusiòn siguiò su curso por un tiempo, hasta que entrò el carpintero, llevando un trozo de madera, la colocò en su banco de trabajo y empezò a usar una a una las herramientas de su taller...
Al poco tiempo de haberlas usado a todas, cada una en su tiempo y oportunidad, terminò de barnizar un hermoso mueble el cual presentò a su Dueño con orgullo y satisfacciòn...
Limpiò sus herramientas, las puso en el orden debido y con una sonrisa de contento, barriò su taller y se fue a su casa con la satisfacciòn de haber hecho un hermoso fruto de su taller...
Las herramientas guardaron silencio...
¿No le parece que esta paràbola nos debe servir para guardar silencio... querido pastor? Cada uno, dijo el apòstol, debe usar sus dones para bendiciòn de los demàs... Permitamos que el Carpintero nos use a todos en el momento que nos necesite y luego... guardemos silencio...
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