sábado, 8 de junio de 2013

MI METRO CUADRADO

¿Que tal, amigos pastores?

En la avenida Juan Pablo, de esta ciudad, hay una parada que da espanto cuando uno observa la inmensa cantidad de gente esperando el bus... Son cientos y cientos los que estàn listos para subirse al primero que aparezca y no importa còmo se vayan. Lo importante es irse y llegar al trabajo o a su colegio. Parados, sentados, apretados, colgando... como sea. Lo importante es subirse. Lo demàs no importa...

Yo me pregunto: ¿Por què soportan tanta incomodidad? ¿Còmo es que se apretujan peligrosamente hombres, mujeres y niños con tal de no perder ese bus? ¿Y què es tan importante como para no importar que todos se junten piel con piel, cuerpo con cuerpo y piernas con piernas? Y sudor con sudor?

¡Ah! allí està el secreto...

Todos buscan un mismo fin: Llegar. Llegar a su destino es la meta. No importan tanto el còmo sino el fin. Què alivio deben sentir cuando se bajan y llegan a tiempo a sus labores. Llegaron. Eso es lo verdaderamente glorioso...

Pero también veo otro fenómeno en las mismas calles: Vehículos en los carriles esperando llegar a su destino también.  Solo que ellos van comodamente sentados en sus carros privados. No van apretados, ni colgando ni mucho menos pegando sudor con sudor... No. Ellos van solos. Disfrutando su libertad. Llegan a la esquina con su derecho de vìa y hay un centenar haciendo fila para entrar a la avenida... solo que los que van en la avenida tienen el privilegio de ir en su carril. Nadie entra. Nadie, aunque ponga cara de angustia, aunque en sus rostros se lea: "dèjeme entrar, paisano..." Todos siguen impertèrritos. Duros. Indiferentes a la necesidad ajena. ¿Por què no madruga, pues? Y, bomper con bomper van los automovilistas pensando en los anteojos del gallo, como decimos los chapines. Sin importar que el otro quizà ese dìa pierda su trabajo porque nadie le dio el paso... O perderà un cliente importante por llegar tarde a la cita. O perderà una operaciòn quirùrgica por no llegar a tiempo...

Es el metro cuadrado. ¡Cuidado quien me lo viola! Ese metro cuadrado que nadie tiene derecho a invadir. El metro cuadrado del egoìsmo, de los celos, del "yo soy" don fulano de tal. Tràteme con respeto. Respete mi apellido, mi abolengo. No me salude con las manos llenas de sudor, por favor. No se me pegue mucho, està invadiendo mi metro cuadrado...

Pero hay otro lugar donde tambièn se exige el respeto por el metro cuadrado...

Es el hogar.

La esposa no puede opinar. No tiene derecho a voto. Tù solo haz lo que yo te digo y no te metas donde no te llaman. Respeta mi metro cuadrado. O el esposo que no tiene derecho de saber donde anda ella... No te importa saber con quién almorzarè hoy, "mi vida", es mi metro cuadrado y por favor no interfieras... O la hija malcriada que pasa el tiempo chateando con su amante... y por favor, papà, no revises mi celular. Es mi metro cuadrado en donde ni tú ni nadie entra... Es mi cuarto y què...

Y què decir de los pastores: Es "mi" visiòn. Es "mi" ministerio. Es "mi iglesia". Aquì "mando" yo. Ni Moisès, ni Elìas ni Jesùs pueden invadir mi metro cuadrado, mucho menos Pablo... Sì, es cierto, ellos dicen "que..." Pero yo digo que... Y lo que vale es lo que yo digo, no lo que "ellos" opinan...

¿Como nos quedó el ojo, compañeros pastores...? ¿Cuida usted con celo su metro cuadrado? ¿O està permitiendo que otro le corrija sus errores y viole su espacio cuadrado...?

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