Nuestra vista nos engaña. Y nos engaña porque desconocemos ciertas cosas que pasan en la vida de los hombres y mujeres que estàn escuchando nuestros mensajes dominicales...
La mayorìa de las veces es porque nos engañamos a nosotros mismos. Queremos ver lo que queremos y no lo que debemos... Por ejemplo, ¿quien realmente es el pastor de la congregaciòn donde usted predica? ¿Usted o el Señor Jesùs? Solo esta pregunta bastarìa para poner a pensar a muchos "siervos" que se han adueñado de la Esposa del Cordero hacièndose los importantes, cuando en realidad el Verdadero Pastor ni se nota en los cultos. ¿A quien se le canta en los servicios de la Iglesia? ¿Al pueblo, al pastor a cargo o al Dueño de la Alabanza yAdoraciòn? Creo que son buenas preguntas para analizarlas y llegar preparados para el pròximo Domingo... ¿No cree, hermano pastor?
Pero no quiero perder el hilo del tìtulo de mi artìculo de hoy.
No vemos lo que Jesùs ve. Por eso nos perdemos el privilegio de restaurar tantos matrimonios o tantos hogares. Nos dedicamos mejor a evangelizar a los ya evangelizados pero no nos atrevemos a ir màs adentro de ellos, a otro nivel de enseñanza, a otro nivel de prèdica. Que en realidad es lo que necesita la gente: Restauraciòn. Pero de la verdadera. No solo de dinero. La gente no es solo estòmago. Tambièn son almas, corazones quebrantados, heridos por el pecado. La gente que va a la Iglesia es gente solitaria, abandonada por sus familiares a causa de sus conductas equivocadas o arrastradas por el mal que abunda en nuestra sociedad...
Y somos nosotros los supuestos siervos de Dios los encargados de hacerles volver a sus hogares con una sonrisa en los labios, con una palabra que aliente a sus esposas e hijos a creer en Aquel que es capaz de cambiar al màs vulgar borracho, al màs encarnecido abusador, o al màs asquerosamente poseìdo por el demonio...
Como el hombre que Jesùs encontrò en Gadara.
Comìa basura. Vivìa en el cementerio. Era extremadamente violento. La locura se habìa adueñado de su mente y su razòn. Vivìa solo, sin familia, sin amigos y sin esperanza. Su mundo era un mundo al revés. Rechazado. Marginado. Abandonado. Un paria. Sucio y hediondo. Su olor era el olor de un muerto vivo... Eso era lo que la gente veìa. Cuando alguien se acercaba a su contorno y lo veìa de lejos, un escalofrìo recorría su cuerpo. Daba miedo. La gente veìa un monstruo. Los demàs veìan un salvaje. Todos veìan a un asqueroso y loco y demente...
Jesùs vio un padre de familia. Jesùs vio a un mensajero del evangelio. Jesùs vio un esposo amante y tierno. Jesùs vio a un padre responsable que lucha por sus hijos y que se esfuerza por llevar el pan a su mesa. Jesùs vio un hombre virtuoso y lleno de deseos por superarse... Jesùs vio a un hijo de Dios deformado por el pecado... Jesùs vio la Imagen y Semejanza del Padre arruinada por el abandono y la ausencia de la Verdad...
Todo esto me lo revelan las palabras de Jesùs cuando el hombre quiso ir con èl despuès de haber sido liberado. "No, no puedes venir conmigo. Ve a los tuyos. Ve a tu casa y cuèntales lo que Dios ha hecho en tu vida. Muèstrate a ellos y que vean lo que realmente eres. Que ya no vean lo que vivìa en los cementerios ni en los bares ni en las cantinas ni en los burdeles... Que vean lo que Dios hizo en el vientre de tu madre... Un hombre, no un monstruo" ¡Quien iba a decir que Jesùs vio en mi algo que yo ni siquiera en sueños habìa visto!
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