Hace unos años cuando mi esposa y yo estàbamos en Canal 25 y hacìamos el programa "Gloria a Dios", un programa de entrevistas a hermanos cristianos, le preguntè a un hijo de pastor si le gustarìa ser entrevistado para que contara què se siente y como vive el hijo de un pastor... Su respuesta me dejò perplejo: "No, gracias, porque tendrìa que contar como mi madre tenìa que partir un plàtano en ocho pedacitos para darnos de comer mientras mi papà atendìa la Iglesia indiferente a nuestra situaciòn". Eso me hizo recapacitar en la condiciòn de muchos hijos de pastores que se entregan en cuerpo y alma a atender a la Esposa de Jesucristo y dejan de atender a su propia esposa e hijos... Hoy quiero ponerles este espejo...
Niños que tuvieron la "bendiciòn" de ser hijos de pastores pero que nunca tuvieron un triciclo donde aprender a manejar una bicicleta. Nunca tuvieron un yoyo de esos que echan chispas o lucitas. Niñas que nunca tuvieron una hermosa casa de muñecas donde soñar con un mundo infantil de rosas, o simplemente nunca tuvieron en sus brazos una muñeca de verdad...
Eso dejò huellas dolorosas en muchos corazones que hoy estàn en la Iglesia llorando una orfandad de dolor, soledad y tristeza... Por eso mi trabajo con pastores abandonados por sus hijos o esposas es tan duro de enfrentar. La iglesia les robò el privilegio de ser padres. De ser madres. De ser hijos. De ser pequeños... Perdòn, corrijo, no fue la iglesia. Fue la ignorancia al no saber manejar su vida ministerial... (Esta carta no es ficticia, es una carta que le pedì a una esposa que necesitaba drenar su dolor al no poder amar a su esposo quien la acompañò y siempre estuvo a su lado. Le pedì permiso por si algùn dìa podìa escribir algo acerca de su caso...)
"...Es tiempo de dejar ir. Es tiempo de sanar. Es tiempo de que mi corazón esté un poquito más entero. Es tiempo de experimentar la alegría. Es tiempo de secar mis lágrimas. Es tiempo de salir del aislamiento y elegir la vida.
Ya no me siento fragmentada y perdida. Tengo un Padre celestial que me ama y que me provee todo lo que necesito. Siempre me vio, me ve y nunca quitará sus ojos de mí.
A pesar de que nunca escucharás estas palabras, papà, te lo digo hoy, con sinceridad y de todo corazón: Te perdono papá. Estoy libre de resentimiento. Entiendo que debe haber pasado algo terrible en tu infancia que te hizo actuar asì, pero este ciclo tiene que tener un corte; el amor ha prevalecido.
Nunca te enviaré esta carta porque has demostrado en numerosas ocasiones que nunca reconocerás ni asumirás la responsabilidad por el rol que tuviste en mi dolorosa infancia. Debido a tu compromiso con tu ministerio no tienes la capacidad para entender, por lo que a pesar de estar dirigida a ti, estoy escribiendo esta carta para que se beneficien todos los que nunca han experimentado el amor de un padre. Estoy aquí para decirles que sé que es doloroso, para recordarles que nuestro verdadero Padre nunca nos ha abandonado. Siempre nos ha cuidado y siempre lo hará; sufre cuando sufrimos y sólo permite que haya pérdida y dolor para que Lo busquemos. Quiere que Le pidamos protección y que sepamos que tenemos derecho a protegernos a nosotros mismos. Y por sobre todo, quiere que entendamos la importancia vital de proteger a quienes nos rodean, a quienes necesitan nuestro amor y nuestro cuidado, a nuestros jóvenes, a nuestros hijos, a nuestra esposa...
Hoy le transcribo lo que aquella hermana pudo expresar a un padre ausente pero que habìa dejado una huella de dolor y soledad en ese corazòn. Debo aclarar que Jesùs la sanò totalmente y ahora es una amorosa esposa y madre. Que no nos suceda a nosotros. A usted que lee y a mi que escribo...